martes, 28 de septiembre de 2010

El magnífico baile del mamut

Cuento de Benjamin Palmer que acabo de ilustrar y traducir al castellano. Podéis leer la versión original en inglés en su magnífico blog.

Los mamuts peludos bailaban su danza de la primavera al son de la música que llegaba del órgano cósmico. Sus cuidadosos movimientos estaban controlados con una gracia extraordinaria. Aun así, a pesar de la delicadeza de sus pasos, los temblores producidos por los mamuts estaban provocando que miles de lombrices de tierra se arrastraran hasta la superficie, huyendo del gran topo que temían las estaba persiguiendo.
Cuando las lombrices tuvieron a la vista a los mamuts, con sus saltos y piruetas enormes ante ellas, aun se aterraron más que cuando se imaginaban el tamaño del topo que pensaban que iba a comérselas. Pero cuando llegaron las lombrices más viejas y experimentadas (las que ya habían adquirido el hábito de llegar siempre un poco más tarde que las demás para evitar posibles pájaros aviesos que merodearan por allí) en seguida calmaron a sus jóvenes y nerviosas compañeras.
“¡No temáis!”, les dijeron. “¡Es el Magnífico Baile del Mamut! No hay que preocuparse. De hecho, es todo un espectáculo. Tenemos mucha suerte de estar aquí hoy. Tan sólo no les quitéis los ojos de encima a esos mirlos que observan desde allí”.

Así que las lombrices se quedaron a mirar, balanceándose con la música y sonriendo maravilladas del espectáculo. En realidad no tenían nada que temer de los mirlos, que quizás a primera vista parecían estar al acecho, pero que en realidad también estaban observando el baile del mamut, tan hechizados como sus anteriores presas.Y eso era lo extraordinario del Magnífico Baile del Mamut. Era el único instante en la naturaleza en el que todas las criaturas del mundo dejaban de hacer aquello que las ocupaba, dejaban su instinto en suspenso por un momento y simplemente disfrutaban de una gran obra de teatro musical. ¿Era arte? ¿Era sólo entretenimiento? ¿Qué importa? Era el espectáculo más grande del mundo.
Aun así, había un animal que nunca mostró mucho interés por la función de los mamuts peludos, y ese animal era el hombre. Porque, en ese momento de la historia, mientras el resto del mundo estaba cautivado por el Magnífico Baile del Mamut, el hombre se pasaba todo el día mirando su reflejo en lagos y ríos e intentando dilucidar si realmente era tan bello como sospechaba. Realmente lo era, decidía una y otra vez. Pero la satisfacción que obtenía de esta conclusión nunca permanecía mucho tiempo y siempre necesitaba echar otra ojeada, para estar seguro.Entonces, un día, de repente y sin previo aviso, los mamuts desaparecieron de la faz de la tierra. Nadie sabía adónde habían ido, pero cada animal tenía su teoría al respecto. Las lombrices decían que, obviamente, los mamuts se habían cansado de vivir en la fría e inhóspita coraza de la tierra y usaron sus trompas (que, como indicaron las lombrices, eran herramientas ideales para perforar) para cavar hasta el centro del planeta donde se estaba seguro y caliente, y donde finalmente podrían quitarse esos abrigos de lana raídos que habían estado llevando desde hacía tanto tiempo.Los mirlos pensaban que eso era absurdo, y que era mucho más probable que por fin los mamuts hubieran perfeccionado el arte de volar (una hazaña, mantenían los pájaros, para la que los mamuts habían estado entrenándose con cada grand jeté y cada sissone que habían estado ejecutando) y hubieran migrado hacia el Sol, donde se estaba seguro y caliente y donde finalmente podrían quitarse esos abrigos de lana raídos que habían estado llevando desde hacía tanto tiempo.
Fuera cual fuere la verdad, una cosa con la que casi todos los animales estaban de acuerdo era que estaban muy tristes de no poder ver bailar a los mamuts nunca más. Una vez más, la única excepción era el hombre. Decía que no le importaba en absoluto. De hecho, aseguraba, lo único que había notado de los mamuts mientras estaban allí era su "horrorosa peste". Y eso, aclaraba a todo aquel que preguntaba, era algo de lo que definitivamente se podía prencindir.

Sin embargo, a pesar de esas duras palabras, el hombre que empezó a sentirse triste después de la partida de los mamuts, y su tristeza creció y creció con los años, sin entender el porqué. Lo cierto es que nunca relacionó el inicio de esa pena con la desaparición de la tierra de los mamuts peludos.
En cambio, los animales tenían una teoría, y esta vez todos coincidían, lombrices y pájaros. El hombre estaba triste, se susurraban unos a otros, más triste de lo que ellos estarían nunca (inconsolable, de hecho) porque no había visto el Magnífico Baile del Mamut mientras tuvo la oportunidad. Y ahora ya nunca podría.

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